Comentario
París seguía siendo un núcleo artístico importante en los años treinta y estaba cerca de Alemania para poder huir. Ese fue también el caso de Hans Hartung (1904-1989), un alemán de Leipzig, que había estudiado filosofía e historia del arte y que conoció a Kandinsky y a Marc en Munich. Instalado en París desde 1935, el español Julio González le animó a pintar. Después de ser prisionero en España y hacer la guerra en la legión extranjera, desarrolló en los años cuarenta su estilo característico hecho de manchas y grandes trazos negros, que, a veces, tienen forma de haces.El gesto de Hartung, ha escrito Argan, es decidido, rápido, exacto, sin posibilidad de ser repensado. El trazo negro y violento golpea la tela de arriba abajo en un impulso interior que hunde sus raíces en el automatismo de los surrealistas y que, una vez fuera, sobre la tela, hace imposible toda figuración.El interés de Hartung por el color negro aparece también en Pierre Soulages (1919), que optó por él de manera definitiva a finales de los años cuarenta (1947-1948), fascinado por las posibilidades que ofrece desde la opacidad absoluta hasta la transparencia. "El negro, decía (es) luz él mismo por la variedad de texturas, origen de valores cambiantes. Desde el día en que descubrí ese poder inesperado, me cautivó el deseo de ponerlo en acción".Interesado por las artes primitivas, tanto la escultura románica como los menhires, Soulages no quiso tener una enseñanza artística en París. Tras pasar la guerra como granjero, empezó a trabajar en cuadros blancos de grandes dimensiones que cubría con signos negros gigantescos, como jeroglíficos chinos sometidos a ampliaciones brutales, que hacen pensar en Kline y en Motherwell y que dan lugar a contrastes luminosos, lo que constituye el punto focal de su búsqueda: la interacción del negro con el blanco y la capacidad de uno para modificar al otro.